lunes, 25 de julio de 2011

Juan Pablo Magno


Escaso resultará este espacio para rendir un homenaje al recientemente beatificado Juan Pablo II. Su largo pontificado, que se cuenta como uno de los tres más extensos de la historia, con 27 años, ocupa un espacio que va desde el 16 de octubre de 1978 hasta el 02 de abril de 2005. No solo por su extensión, este Papa será recordado, pues obviamente tuvo mucho más tiempo que otros para mostrar sus cualidades, sino que por sus características personales lo hacen un gran modelo, del cual muchos hemos sido testigos privilegiados.

Seguramente por haber sido testigo de su pontificado, es un Papa que para mi resulta tan significativo. Su rostro comenzó a serme conocido cuando terminaba mi Cuarto Medio y era elegido como sucesor de Pedro. Su vitalidad era cautivante, se mostraba deportista, políglota, un incansable misionero que logró estar en 129 países; durante su periodo se beatíficaron 1340 personas y canonizó a 483 santos. Su influjo de gran líder espiritual no solo removió conciencias a través de sus encíclicas y discursos, sino que su alcance abarcó también a lo político, siendo gestor de grandes cambios no sólo en su natal Polonia sino en el fin de la hegemonía comunista. Incomodó a muchos y por ello atentaron contra su vida.

Pero lo que de verdad me importa es contar lo que a mí me marcó. Es el artífice de la paz entre chilenos y argentinos. Logro no menor, al estar ambas naciones, en esos años, gobernadas por dictaduras militares. Aún me estremece pensar que mientras candorosamente terminaba mi vida escolar recibiendo mi Licencia en el Gimnasio del Liceo, ya en el sur las trincheras estaban listas y el contingente preparado hasta con la fecha de inicio de la guerra para el 22 de diciembre; conflicto que obviamente me habría visto involucrado por tener 18 años.

El otro hecho que no sólo a mí sino al país marcó, fue su visita en abril de 1987. Visita recordada por su encuentro con los pobladores, con los presos, con los líderes de América Latina en que exigió que los pobres no pueden esperar, etc. Aún conservo la entrada para ir al Estadio Nacional. Allí presencié un momento inolvidable. En su discurso a los jóvenes, tuvo la valentía de señalar que estaba en un lugar en que no solo se competía sino que era también de "dolor y sufrimiento". Palabras valientes en momentos que había que cuidarse de lo que se decía. Fue el mismo Papa que en la visita al Hogar de Cristo, acarició el rostro de Carmen Gloria Quintana, una joven que fue quemada intencionalmente por una patrulla militar junto a otro joven, quien lamentablemente murió. La imagen del Papa tocando, acariciando y besando ese rostro desfigurado por las quemaduras aún me emociona.

Por esta y otras tantas razones no sólo yo, sino millones, hoy nos alegramos que se le coloque como ejemplo a seguir al beatificarlo. Es el mensajero de la paz, el peregrino de la vida. Un Papa grande, Magno, como muchos le han calificado y a quien los chilenos le debemos tanto, tanto como la paz.

DON MARCO

Editorial de El Murialdino de Mayo, Nº 68