jueves, 3 de enero de 2013


EDITORIAL


ADIÓS AL VIEJO PASCUERO, QUE VIVA JESÚS

         Las fiestas de fin de año son ocasión propicia para reflexionar sobre los valores imperantes y las tergiversaciones que, especialmente el mundo comercial, nos impone, sin que nos demos demasiado cuenta. Así ocurre con la Navidad. En ella hay dos modelos que pugnan por marcarnos claramente nuestro actuar. Por un lado, la creación del viejo pascuero, excesivamente ligada a una marca comercial y todo lo que ello conlleva. Es el que nos invita a gastar en  forma indiscriminada, a pensar que el mundo se va a acabar sino tenemos muchos regalos que entregar. En muchos países, ejemplo que debiéramos seguir, los regalos se postergan para la fiesta de reyes, el 6 de enero, despejando de este modo a la Navidad de todo ese halo comercial que es tan dañino y que desperfila el real sentido. Ese viejo de pascua que desde las vitrinas nos invita al gasto, se contrapone con el Niño de Belén que desde el pesebre nos sigue invitando a la austeridad, a una vida más preocupada de las cosas invisibles a los ojos, que de aquellas tangibles y caras, que a la larga no es que traigan la felicidad.

   En el mundo se está viviendo una de las peores crisis, donde naciones enteras están en la bancarrota. En esos lugares han aumentado considerablemente los suicidios y la angustia amenaza a las familias con las consiguientes consecuencias de infelicidad. En nuestro país, parece no importarnos mucho lo que está ocurriendo en esos lugares. El serio manejo económico, de ésta y anteriores administraciones nos hace ver como espectadores lo que ocurre en el mundo. Pareciera que olvidamos que estos procesos son muchas veces inesperados y que se generan muchas veces por causas externas a los propios países. Por eso debiéramos estar preparados. El ejemplo de las hormigas no nos viene mal.

   Hablar hoy de austeridad en un país con una economía boyante, pero donde hay grandes sectores postergados, pareciera no ser lo más lógico.  Acá las cifras de cesantía y pobreza -las que siguen existiendo- son cada vez más bajas. Muy distinto es el caso de países europeos, donde el desempleo azota a millones, llegando al 50% de la población más joven de España, obligando a muchos a emigrar en pos de mejores horizontes.

       Desde estas páginas hacemos un llamado a hacerle más caso al Niño Jesús, que pobre como pocos nos sigue repitiendo desde el pesebre que las cosas materiales son importantes tanto y cuanto nos sirvan; que la palabra austeridad, ahorro, sencillez, son un real estilo de vida tan distante del consumismo desbocado que por estos días, a quien más a quien menos, a todos nos amenaza.
                                                                                                                                                                                            DON MARCO

EDITORIAL


LA FIESTA DEL PERDÓN

         Al observar cómo decenas de niños de quinto básico se acercaron por primera vez a confesarse, me preguntaba porqué es este uno de los sacramentos menos vistosos. Si los 7 sacramentos son fuente de gracia, llama la atención que, salvo para dos, no haya fotógrafos ni cámaras que filmen en ese día. En todos los demás,  los fotógrafos quieren, incluso olvidándose del respeto al templo, dejar un recuerdo del día del Bautismo, de la Primera Comunión, de la Confirmación, del Matrimonio y de la recepción del Orden sagrado. Álbumes de estas ceremonias tenemos en cada casa, a todas ellas llegan invitados y hay más de algún festejo…pero por razones obvias nadie retrata el momento en que uno de nuestros parientes recibe la Unción de los enfermos, si bien hace décadas existían fotógrafos que tomaban imágenes de los funerales e incluso retrataban por última vez a los finaditos. De la confesión nadie guarda una foto, ni menos se nos ocurriría invitar a festejar después de haber recibido la gracia del perdón.

       Viendo  a esos niños, más de alguno, bastante nervioso, se me ocurría pensar en porqué este sacramento es tan íntimo, quizás por el natural pudor de no ventilar nuestras miserias personales, y tan poco frcuentado, por más de alguna mala experiencia con algún confesor que más que hacernos sentir el amor misericordioso del Padre nos terminó humillando. Viéndolos en su traviesa inocencia me preguntaba de qué se irían a confesar, si uno los ve tan buenos en comparación con lo que uno como adulto considera pecado.

       Este poco valorado sacramento debiera ser para todos el incentivo para creer en el perdón de Dios y en hacernos a la vez más generosos para perdonarnos mutuamente. En una reciente encuesta se menciona que el 76% de los católicos nunca o casi nunca se confiesa, el 68% no cree o tiene dudas de que el sacerdote pueda perdonar los pecados en nombre de Dios, pero sí el 87% está de acuerdo en llamar al sacerdote cuando hay un enfermo grave para darlela Unción. Mientras más viejos, nos volvemos más reacios a otorgar el perdón. Cunden las excusas, diciendo por ejemplo, que sólo Dios perdona, especialmente aquellos que son draconianos con los demás y excesivamente complacientes con sus propias faltas. Son los que a los demás no les perdonan ni una, pero cuando ellos caen, quieren que les perdonen, pues no se consideran tan malos.

       Hablar hoy de este sacramento es hablar de valorar la capacidad de perdonar, es hablar de corazones magnánimos pues están ciertos que Jesús vino a buscar a los pecadores y no a los que se creen buenos, en fin es hablar de grandeza humana, la que es mayor cuanto más humilde es nuestro actuar.
                                                                                                                                                                                                            DON MARCO