EDITORIAL
LA MALA EDUCACIÓN
Hace unos días recibíamos formalmente a los padres de los 120 futuros alumnos del Primero básico 2014, como siempre ocurre en estas convocatorias la sala Murialdo estaba repleta de orgullosos padres que escuchaban atentos nuestra bienvenida. Sin ser aguafiestas, al momento de dirigirme a ellos, y teniendo la experiencia que me dan algunos añitos por estos lados, les dije algunas palabras que, si bien parecen fuertes, tienen ese toque de realismo que dan las evidencias. Les dije en primer lugar que eran suertudos, pues en esta ocasión dejaron sin poder entrar a igual número de postulantes. Este año nos llegaron 240 solicitudes. Ya esto es un buen índice de que no lo estamos haciendo tan mal, pues la estampida, tal como ocurre en muchos colegios que claman por no perder matrícula, seria la tónica. Luego, sin ser pitoniso, les indiqué que si bien entraban 120, lo más probable era que muchos se nos fueran en el camino. Los habituales traslados por una parte, pero desde el colegio, las necesarias medidas para ir alejando a algunos que aparecen como murialdinos, pero que con el tiempo empezamos a descubrir como aquellos que no comulgan con nuestro estilo educativo. Les invité a mostrar pertenencia y a confiar en nuestra conducción.
La razón de tal pronóstico, va en el sentido que cada vez notamos con preocupación creciente, cómo quienes tienen la principal misión de educar empiezan por distintos motivos a delegar en otros dicho rol, culpando a éstos de los errores que se suscitan. Haciendo referencia a un artículo aparecido en esos días, les indicaba que muchos problemas que vivimos como sociedad no tienen su origen en la sala de clases, sino en el living de la casa. Ese traspaso de deberes a otros, llámese abuelos, nanas, profesores o a ninguno de ellos, ha tenido como secuela un aumento considerable de signos en que la mala educación se hace evidente. Hoy vemos con preocupación cómo ciertas habilidades sociales, las que antes denominábamos urbanismo, modales y cortesía, empiezan a desaparecer. Niños y adultos que no saben respetar los derechos de otros; personas que, creyendo que ser francos es decir todo lo que se les ocurre, no tienen ni una dosis de prudencia ni en el lenguaje ni en las formas; personas que ante ancianos o embarazadas no tienen la más mínima cortesía; personas de toda edad que tienen un lenguaje plagado de groserías, las que invaden hasta los programas televisivos. Qué decir del saludo, del dejar limpio el lugar que se usa, respetar los espacios públicos o el cancelar lo debido, sea esto un pasaje de micro o un producto consumido en el supermercado. Podría seguir con innumerables otros ejemplos de una cada vez mayor ordinariez ambiental, como la hoy tan en boga adicción a los medios tecnológicos que impide una comunicación de palabras y miradas.
Parece - según indica el autor del artículo - que habrá que fomentar las Escuelas para Padres, aunque así como van las cosas, terminarán asistiendo nanas y abuelos, que dicho sea de paso, también hubo más de alguno de ellos presente esa tarde.