Hay momentos en que parece
que no se puede hablar de otra cosa sino de fútbol. Es lo que pasa hoy en día
en nuestro país. Largos segmentos deportivos sólo abordan lo que está
ocurriendo con la Copa
América, que después de largos años nos permitió disputar la
final. Para un padre y un educador no debiera desaprovecharse la ocasión para
transmitir un mensaje valórico a los más pequeños. Ya varios siglos antes de
Cristo el pensador Aristóteles escribe su famoso texto Ética para Nicómaco, dirigiendo a su hijo una serie de consejos y
preceptos que, de seguirlos en su vida, le harán un hombre virtuoso. Hace
algunos años he disfrutado la actualización que hace de este clásico, el
filósofo español Fernando Sabater con su Ética
para Amador. De ahí que lo he recomendado más de alguna vez a nuestros
apoderados, pues bien valdría la pena su lectura y más aún su aplicación. Claro
está, mejor sería que cada uno de quienes somos padres y educadores pudiésemos
dejar por escrito más de alguna enseñanza para la vida a nuestros
descendientes. Es lo que habitualmente, de manera oral, todo padre hace. Son
esas enseñanzas que nos acompañarán toda la vida y que la escuela no hace sino
reafirmar. Repetidas una y otra vez, ya adultos recurriremos a ellas con
frecuencia, y aunque nuestros padres ya no nos acompañen, serán siempre
lecciones de vida.
El “accidente” automovilístico
del jugador de fútbol Arturo Vidal nos sirva para ponerle actualidad a lo antes
dicho. La irresponsable acción del jugador, quien pudiendo haber pagado a
alguien para conducirle a casa puso no sólo en peligro su propia vida, sino la
de otros que de manera inocente tuvieron participación en él. Cuando hay
negligencia, no es accidente el término que se debe emplear sino falta o delito.
Las miles de excusas que tantos entrevistados dieron en esos días para
justificar la acción, me hizo pensar en lo necesario que es reforzar ciertos
conceptos éticos entre nosotros. Pareciera que nadie puede corregir, menos
sancionar a otro, pues de inmediato aparece el predicamento de que quien esté
libre de pecado, que lance la primera piedra. Así lo escuché de muchos adultos.
Con ello, la posibilidad de pedir a otro que enmiende su actuar se ven
imposibilitadas. Peligroso camino el que se plantea con esta forma de pensar.
Felizmente en esos días nos visitó un periodista de
Megavisión y al consultar la opinión de nuestros niños de Cuarto básico
descubrí que ellos, a quienes en este texto mencioné como pequeños, son de
verdad grandes en el sentido de saber naturalmente qué es lo bueno y qué lo
malo. Ellos, con la camiseta de la roja puesta, fueron capaces de decir que
merecía una sanción quien así se comportó. Ello me hizo recordar lo que
bellamente dice san Agustín: “No ames en
el hombre su error, pero sí al hombre, pues es Dios quien le hizo. Ama lo que
Dios ha hecho, pero no ames lo que el hombre ha hecho”. Tal parece que
nuestros niños han empezado ya a escribir una de esas lecciones éticas que los
harán virtuosos, lecciones que le harán ser los verdaderos modelos que la
sociedad necesita con tanta urgencia.
DON
MARCO
El Papa Francisco ya nos está
acostumbrando a usar palabras extrañas, neologismos que buscan subrayar con más
fuerza palabras que a veces se desgastan o no entendemos suficientemente. Es el
caso de la expresión misericordia, la que nos llama a tener un corazón
compasivo. Misericordiar es por lo tanto, un imperativo que se nos impone en
especial en este año. El Papa ha querido convocar hace unos días a un “Jubileo de la misericordia” el que
justamente se iniciará a fines de este año, fecha que coincide con el Encuentro
de Jóvenes Murialdinos, quienes a inicios de noviembre se reunirán en esta casa
para tratar de hacer vida este llamado
papal.
Hablar de misericordia en los
tiempos actuales parece una real necesidad. A diario vemos como los que muchas
veces se visten del ropaje de servidores públicos, casi como si ello fuese poco
menos que un apostolado, se aprovechan de resquicios legales y en definitiva de
la buena fe de todos nosotros. Los escandalosos hechos que a diario se van
descubriendo, en que se han extendido boletas para defraudar al fisco con
trabajos inexistentes o de escaso valor, son un bofetón a los más pobres de
nuestra sociedad. Los millones involucrados y la desfachatez para tratar de
justificar lo injustificable, no pueden sino acarrear la rabia de quienes
muchas veces por culpa de la gestión de esos mismos falsos servidores públicos,
ven postergados sus justos derechos a una retribución más digna.
Como ser un verdadero rostro
de misericordia, nombre de la Bula
con que se hizo la convocatoria, parece ser la gran tarea a descubrir a partir
de este momento. Tal como lo dice el texto: “Ante
el mal cometido, incluso crímenes graves, es el momento de escuchar el llanto
de todas las personas inocentes depredadas de los bienes, la dignidad, los
afectos, la vida misma. (…)La verdadera vida es algo bien distinto. Dios no se
cansa de tender la mano”. Dios no se cansa de tender la mano, tender la
mano para acoger, para ayudar, para compadecerse. Pareciera que en nuestra sociedad,
especialmente en la chilena, estas palabras instan a muchos a “tender las
manos”, pero para robar, para apropiarse sin sudar ni una gota de dineros que
no se merecen.
No quisiera que se entienda, como muchas veces ocurre,
que esta es una labor de la
Iglesia, como si por Iglesia se debiera comprender a la pura
jerarquía y no a todos los que nos decimos cristianos. El que la Iglesia sea el rostro
visible de Dios, nos urge a que cada uno se sienta interpelado a ser signo y
testimonio de la misericordia en todos los aspectos de la vida personal Es lo
que llevó a la práctica nuestro querido santo Leonardo Murialdo, quien siendo
de condición acomodada, no dudó en dejar esos privilegios y dedicarse hasta
consumir sus bienes y su propia vida por sus alumnos, miserables en muchos
aspectos, pero ricos en amor, prodigado a manos llenas por un santo que se hizo
para ellos padre, amigo y hermano.
DON MARCO
Iniciamos un nuevo año escolar en un colegio que, desde que pusimos un pié en la entrada, nos mostró una nueva cara. Los calurosos días de verano no impidieron que al interior del Liceo los trabajadores pudieran asfaltar el estacionamiento, pintar completo el pabellón del Primer Ciclo, ampliar el Segundo ciclo y una serie de obras menores que a nadie dejaron indiferentes. ¡Está lindo el colegio!, fue la frase más escuchada. Todos se admiraban de lo grande que se veía el patio y otros tantos comentarios positivos.
Este inicio de año lo hacemos justamente cuando cumplimos 125 años desde que un grupo de jóvenes comenzara una actividad pastoral que ha perdurado en el tiempo y que difícilmente se podrá borrar. No creo que rápidamente se le podría llamar a este barrio con otro nombre. Patronato hace a la identidad del lugar, por ello le llamaron así a la calle y hace pocos años a la Estación del Metro. Esta celebración por tanto no nos puede dejar indiferentes.
Celebrar estos 125 años nos obliga a ser fieles a los anhelos de esos muchachos que siendo de clase acomodada quisieron venir a servir a los niños y jóvenes más pobres del barrio que estaba en la periferia en ese tiempo, al otro lado del río Mapocho. Eran de clase alta, pero ello no les impidió el darse cuenta que es en el servicio cuando un católico logra su razón de ser.
Volver a los deseos iniciales nos hace bien. Nos hace pensar en nuestros orígenes humildes y no olvidarnos de dónde venimos. Habremos escuchado la expresión que hay gente que son unos piojos resucitados. Se refiere a aquellos que se olvidan de sus raíces y por ello tienen amnesia de su humilde pasado. En cada familia, en cada grupo social los encontramos. Son los que se marean con un poco de dinero o una condición económica mejor. He sabido de algunos que hasta han cambiado su apellido para sentirse herederos de una estirpe más noble, otros ocultan su lugar de nacimiento, la comuna donde viven o hasta les avergüenza algún pariente medio pobretón.
Dios permita que este año al mirar nuestros humildes orígenes, los que en el actual edificio del colegio casi no se notan por lo hermoso y moderno de todo lo que nos rodea, podamos sentirnos obligados a nunca olvidar a los más pobres. No sacaremos nada con festejar los 125 años del Patronato si no somos capaces de reinventarnos para dar a los nuevos pobres que están a nuestro alrededor respuestas concretas a sus necesidades. Por último, tengamos todos una gran cuota de gratitud por lo que hemos heredado. En tiempos que tanto se habla de la plusvalía de ciertos terrenos, resulta inimaginable el valor de lo que heredamos en este privilegiado lugar que fue la sede del Patronato desde el año 1894 hasta la fecha. Tres hectáreas ubicadas en uno de los lugares más hermosos de Santiago.
DON MARCO