miércoles, 31 de agosto de 2011

TESTIMONIO


EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973 EN EL MURIALDO.


Los convulsionados días de septiembre de 1973 tienen su génesis varios años antes. Cada vez que explico lo que a mi parecer generó el 11, debo remitirme a finales de la década del 60: la campaña electoral de 1970, provocó como pocas veces, una polarización nacional. Todos estábamos involucrados en lo que se estaba viviendo. Recuerdo cómo, siendo un niño de 4º básico, discutíamos de política y, cada vez que se pasaba lista, señalábamos con nuestros dedos el número de uno de los tres candidatos que, según nuestra particular preferencia, debía dirigir el país. “Momios” y Upelientos” eran típicas formas de descalificarnos. Pero, ciertamente un hecho marcó lo que luego lamentaremos. Quien mejor lo describe es nuestro Nobel Pablo Neruda, dejando plasmado en un doloroso poema la muerte del Comandante en Jefe del Ejército, René Schneider:



Desde entonces un río nos divide:

agua sangrienta, barro de marismas!

No hay nadie en esta tierra que lo olvide.

Desde entonces la Patria no es la misma.

Mi general, adiós.

Desde entonces tu sangre ha separado

dos zonas hasta ahora divididas:

el rencor que amenaza por un lado

y el pueblo que acompaña tus heridas”



El afán de generar miedo por la llegada de un gobierno de izquierda, llevó a grupos ultraderechistas a matar al Comandante. De ahí es historia conocida: intransigencia de todos los sectores; desabastecimiento de la población; intromisión velada y no tanto, de organismos norteamericanos y soviéticos, inflación desbordada y un largo etcétera.

Al interior del colegio tampoco fue mejor. A duras penas se conseguía inaugurar el actual pabellón del segundo ciclo; la austeridad del Liceo era evidente. Con los años supe que la necesaria subvención estatal, llegaba con varios meses de retraso, lo cual abortaba cualquier intento de mejoras en un edificio de adobes que a gritos reclamaba una demolición. Los sacerdotes debieron hasta vender sus muebles para cancelar sueldos y muchas veces su alimentación corrió por parte de unos bienhechores italianos.



En este periodo perdimos nuestro tradicional uniforme de camisa y medias grises con la exclusiva corbata escocesa, en pos de un uniforme para todos los colegios impulsado por el Ministerio: camisa celeste, corbata azul y pantalón plomo, fue lo que más se usó.

La mañana del martes 11, habíamos llegado con ganas de celebrar, pues ese día se festejó, hasta ese año, el día del Maestro. El 7ºB del cual era parte, organizó una convivencia para nuestro profesor jefe Don Tomás Bruna. Si bien a primeras horas vi en Recoleta transitar unos tanques del Buin, no me llamaron mayormente la atención, pues en días previos ya los habíamos visto.

De improviso llegó el papá de uno de mis compañeros alarmado, pues había un “pronunciamiento militar”, eufemismo que por años nos acompañó para evitar decir golpe de estado… hasta ahí no más nos llegó la fiesta. Los curitas a cargo prohibieron que los alumnos salieran, salvo que sus apoderados les viniesen a buscar. Olvídense de avisar por teléfono, de los 1200 alumnos calculo que no más de cien contaban con tan moderno dispositivo.

Salimos al patio y muchos curiosos preguntábamos a P. Roberto Cogato que se paseaba escuchando una pequeña radio a pilas, sobre lo que ocurría. De pronto, al mirar hacia el sector de La Vega, vimos los aviones que descendían y dejaban caer unas “cositas”. Un mes después, al reanudarse las clases, junto a uno de mis compañeros fuimos a ver el efecto de ello: nuestro Palacio de La Moneda semidestruido y ennegrecido por el efecto del incendio provocado por el bombardeo de nuestra propia Fuerza Aérea.

Como pude logré colarme y salir con un apoderado hasta Avenida Perú. Desde allí tomamos un camión, cosa habitual en ese tiempo, del cual bajaban una escalera de madera y alguien cobraba unas monedas por el “servicio”…los paros de micros eran la tónica, y el bus escolar, que el gobierno nos colocó gratis y que circulaba por Recoleta, en muchas ocasiones no aparecía…desde Plaza El Salto caminamos hasta Recoleta, por lo que hoy es el Cementerio Parque del Recuerdo y que en ese tiempo era un asentamiento campesino con lechería incluida. En ese trayecto de más de tres kilómetros, pudimos observar con mi amigo Paulino, como otros aviones, que pasaban sobre nuestras cabezas, disparaban a una antena ubicada en un pequeño cerro al costado de la Piscina Mirasol…era una radio que aún no entraba en cadena nacional con bandos y música marcial y a través de la cual el Presidente emitía su conocido discurso final.

A media tarde llegó mi padre a casa. Había sido obligado a trotar por Vicuña Mackennadesde su lugar de trabajo, manufacturas Sumar, pasando por el colegio a buscarme. Al no hallarme siguió caminando. Las ampollas en sus pies, reposando en un lavatorio de agua es un recuerdo que perdura...



El toque de queda, las balas locas, los allanamientos, los operativos para afeitar y cortar el pelo, fueron la tónica de esos primeros días. Muchos festejaron el fin de un periodo de penurias e inocentemente se pensaba en una transición breve.

Después de un mes volvimos a clases, aparentemente no había pasado nada. En el colegio todos curioseábamos en la sala del actual 8ªB, allí unas balas, seguramente disparadas desde el retén que estaba en el cerro, habían atravesado un vidrio dejando su huella en una puerta y en el estante. La trayectoria pasaba por el escritorio del profesor…si hubiese sido en horario escolar, Don Aparicio hoy sería un recuerdo.

El primer aniversario debimos ir a desfilar al Hipódromo Chile. Así lo ordenaba el interventor militar del colegio, un oficial del Buin. Todos los cursos formamos en Avenida Dorsal. Para amenizar, el Coro del colegio, grupo de gran prestigio, dirigido por el Rector, entonaba los cantos y marchas que el gobierno proponía. Fue así como mientras el coro entonaba “Chile, levántate y anda…”, nosotros cerrábamos el desfile de los colegios, pues nos había tocado llevar los 4 inmensos retratos con los rostros de los miembros de la Junta Militar (!).

Con los años fui entendiendo que ese 11, nos había marcado a sangre y fuego. Hoy al ver lo que aún ocurre entre los hijos de una misma Patria, me parecen cada vez más ciertas las estrofas de Neruda:


“Desde entonces un río nos divide (…)

Desde entonces la Patria no es la misma.”


Será porque olvidamos fácil y repetimos errores, que cada año trato de llevar a mis alumnos de Cuarto Medio al Museo de la Memoria en Quinta Normal. No sería mala idea para estos días ir en familia y transmitir el personal testimonio que cada uno de los que fuimos protagonistas de esos días vivió.-


DON MARCO

lunes, 8 de agosto de 2011

"LA IGLESIA QUE YO AMO"


En estos días estamos celebrando los 450 años de la Iglesia de Santiago, de la cual formamos parte. Junto a los Profesores reflexionábamos al respecto, teniendo como inspiración un hermoso poema escrito por el sacerdote Esteban Gumucio y que hiciera conocido Don Raúl Silva Henríquez, poniéndole no sólo su voz tan característica, sino acentuando en cada estrofa que esa Iglesia es la suya. El nombre del poema encabeza este escrito, pudiendo buscarlo en internet.

Cada uno de nosotros es parte de esta Iglesia. A ella ingresamos sin mayor conciencia, el día de nuestro Bautismo. Sin lugar a dudas, ese debiera ser un día mucho más festejado incluso que el propio cumpleaños, si de verdad entendiéramos su real y profundo significado. Muy pocos recordamos de memoria esa fecha, menos aún el nombre del sacerdote que nos bautizó, con suerte sabemos el de nuestros padrinos y muy pocos fueron de verdad acompañados por éstos como modelos de creyentes.

Ser parte de esta Iglesia significa haber recibido de ella, como madre, una serie de dones que, en definitiva, nos han hecho ser el creyente que hoy somos. De ella aprendimos las primeras oraciones y acercamientos a la vida cristiana, seguramente a través de nuestros padres o abuelos, quienes nos integraron a nuestras comunidades parroquiales o escolares. En ella se nos preparó a los sacramentos, con personas y medios, si bien sencillos, plenos de un amor por lo que hacían tal como yo lo experimenté con los buenos curas de mi infancia y sus catequesis, realizadas con medios tan sorprendentes para ese tiempo como lo fueron las filminas. Hoy, con tanto desborde de recursos audiovisuales, no sé si se logrará el mismo efecto en el corazón de niños sobre estimulados por imágenes. Es la Iglesia valiente y servidora, la misma que seguramente el año venidero verá mermar sus integrantes después del próximo Censo, lo cual habrá de entenderse como un llamado a la humildad, para ser de verdad levadura en la masa.

En tiempos en que tanto se critica a la Iglesia, y en que tantos la ven desde la vereda de enfrente, conviene recordar que, con aciertos y errores, a esta Iglesia pertenecemos y así como nos ofendemos cuando en buen chileno “se nos saca la madre”, igual de ofendidos debiéramos sentirnos cuando a esta Iglesia, que ha sido y es nuestra madre, se la denigra. Los pecados de todos y las vergüenzas que de ellos sentimos, no pueden ser sino motivos para también recordar y agradecer los muchos dones que a través de ella hemos recibido. Los buenos ejemplos de curas, religiosos y laicos que nos han acompañado en nuestra vida dan fe de ello. Dios permita que muchos podamos decir, tal como culmina el poema comentado: “en ella quiero vivir hasta el último momento”.

DON MARCO



Editorial de El Murialdino Nº71, Agosto