lunes, 31 de marzo de 2014

Alegría que contagia EDITORIAL Murialdino N° 96

ALEGRÍA QUE CONTAGIA




Cada año acompaño a mi padre a visitar en el Cementerio Católico las tumbas de nuestros antepasados. Ese rito, que hacemos desde que yo era un niño, siempre ha tenido una parada casi obligada en la hermosa capilla de dicho camposanto. En ella hay una escultura de Peter Horn que siempre me ha llamado la atención. Es un Cristo resucitado esculpido en madera y de grandes proporciones. Lo paradojal es que ahí donde campea la muerte se haya puesto a un Cristo que resucita y no crucificado. Dicha imagen, instalada hace ya 50 años, me insta a relacionarla con el lema que hemos elegido para este año y que subraya la necesidad de transmitir la alegría que es la Buena Nueva como aquello que debiera identificar al pueblo cristiano. Muy por el contrario, es ya un lugar común que se nos critique por no entusiasmar con nuestro testimonio. Pareciera que el peligro de nuestra vida cristiano, ya detectado en el documento de Aparecida, sea ese gris pragmatismo de la rutinaria vida de la Iglesia. Esas críticas, que no son infundadas, nos debieran  hacer revisar nuestra actitud frente a la vida. Pareciera que muchos han optado por una Cuaresma sin Pascua, o lo que es lo mismo, se han quedado con un Cristo crucificado que nunca ha resucitado. La imagen del Cementerio no oculta las llagas de la crucifixión, pero muestra esplendorosa la vida de la resurrección.


    En especial al cumplirse el primer año de Pontificado de Francisco, nos debiera urgir el mensaje de su primera Exhortación, la que nos llama a anunciar con alegría al mundo actual la belleza del Evangelio. Ya en Aparecida, lugar donde el actual Papa tuvo un destacado papel en el equipo redactor de dicho documento, se  indica el reto fundamental al que estamos llamados:” mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo”. Por desborde, es decir debiéramos estar colmados de una alegría contagiosa que se nos sale por los poros. Pero no es esa la visión que a veces se tiene de nosotros. Las caras tristes, las personas amargadas y quejumbrosas son la tónica. Baste ver la respuesta que se da en nuestros ambientes cuando se saluda la gente y se pregunta cómo estás. Habitualmente todos están más o menos, cuesta encontrar gente que te diga que está bien y que eso se refleje en el rostro. No digamos nada de nuestras celebraciones litúrgicas, en las que las caras de estar lateados o distraídos son lo habitual, en cambio debiera ser la de aquellos que reflejan en sus rostros la alegría que nos da el ser testigos del resucitado.

Menuda tarea se nos ha puesto con este lema. Lejos de nosotros entonces el sentirnos viudos o viudas de un Cristo que está muerto. Jesús ha resucitado y esa es la mejor noticia. Dios permita que al iniciar el nuevo año escolar nos contagiemos del mensaje que este año se nos propone como una tarea central de nuestra vida cristiana y que al vernos así, muchos se contagien de ello.
                                                                                                   DON MARCO