
En estos días estamos celebrando los 450 años de la Iglesia de Santiago, de la cual formamos parte. Junto a los Profesores reflexionábamos al respecto, teniendo como inspiración un hermoso poema escrito por el sacerdote Esteban Gumucio y que hiciera conocido Don Raúl Silva Henríquez, poniéndole no sólo su voz tan característica, sino acentuando en cada estrofa que esa Iglesia es la suya. El nombre del poema encabeza este escrito, pudiendo buscarlo en internet.
Cada uno de nosotros es parte de esta Iglesia. A ella ingresamos sin mayor conciencia, el día de nuestro Bautismo. Sin lugar a dudas, ese debiera ser un día mucho más festejado incluso que el propio cumpleaños, si de verdad entendiéramos su real y profundo significado. Muy pocos recordamos de memoria esa fecha, menos aún el nombre del sacerdote que nos bautizó, con suerte sabemos el de nuestros padrinos y muy pocos fueron de verdad acompañados por éstos como modelos de creyentes.
Ser parte de esta Iglesia significa haber recibido de ella, como madre, una serie de dones que, en definitiva, nos han hecho ser el creyente que hoy somos. De ella aprendimos las primeras oraciones y acercamientos a la vida cristiana, seguramente a través de nuestros padres o abuelos, quienes nos integraron a nuestras comunidades parroquiales o escolares. En ella se nos preparó a los sacramentos, con personas y medios, si bien sencillos, plenos de un amor por lo que hacían tal como yo lo experimenté con los buenos curas de mi infancia y sus catequesis, realizadas con medios tan sorprendentes para ese tiempo como lo fueron las filminas. Hoy, con tanto desborde de recursos audiovisuales, no sé si se logrará el mismo efecto en el corazón de niños sobre estimulados por imágenes. Es la Iglesia valiente y servidora, la misma que seguramente el año venidero verá mermar sus integrantes después del próximo Censo, lo cual habrá de entenderse como un llamado a la humildad, para ser de verdad levadura en la masa.
En tiempos en que tanto se critica a la Iglesia, y en que tantos la ven desde la vereda de enfrente, conviene recordar que, con aciertos y errores, a esta Iglesia pertenecemos y así como nos ofendemos cuando en buen chileno “se nos saca la madre”, igual de ofendidos debiéramos sentirnos cuando a esta Iglesia, que ha sido y es nuestra madre, se la denigra. Los pecados de todos y las vergüenzas que de ellos sentimos, no pueden ser sino motivos para también recordar y agradecer los muchos dones que a través de ella hemos recibido. Los buenos ejemplos de curas, religiosos y laicos que nos han acompañado en nuestra vida dan fe de ello. Dios permita que muchos podamos decir, tal como culmina el poema comentado: “en ella quiero vivir hasta el último momento”.
DON MARCO
Editorial de El Murialdino Nº71, Agosto